DICIEMBRE 29
Una sana perspectiva
Mientras estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos; y no necesitaba que nadie le explicara nada acerca del hombre, pues él sabía lo que hay en el hombre. Juan 2.23–25
Qué fácil resulta para nosotros ser arrastrados por el entusiasmo momentáneo de las personas. Cuando vemos a personas responder con fervor a la proclamación de la Palabra, ofreciendo votos de entrega y renovado compromiso, se apodera de la iglesia una especie de fervor masivo. Afirmamos que Dios nos ha visitado o que hemos visto un gran mover del Espíritu en nuestro medio. Es, quizás, por esta razón que se ha convertido en un estilo, para muchos predicadores, llevar a las personas a manifestar su aprobación de la Palabra con decisiones públicas.
Las personas también respondían con entusiasmo al ministerio de Jesús. El evangelista nos dice que muchos creyeron al ver las señales que él hacía. No obstante, Juan aclara cuál era la postura de Jesús frente a estas respuestas, basadas en las emociones del momento: el Hijo de Dios no se fiaba de ellos. Es decir, no quedaba impresionado por los votos que ellos hacían en el momento, ni le daba mucha importancia a la respuesta que veía en la gente. ¿Cuál era la razón de esta desconfianza? El «no necesitaba que nadie le explicara nada acerca del hombre, pues él sabía lo que hay en el hombre».
En esta frase encontramos la explicación de por qué el proceder de Cristo contradecía tan a menudo el camino que nosotros hubiéramos escogido en situaciones similares. Jesús sabía que la rebeldía enraizada en el corazón del hombre no iba a ceder en un momento de fervor religioso. Solamente la acción prolongada e intensa del Espíritu logra que los males del hombre sean transformados y den lugar a la gracia del Padre. En este sentido, entonces, no se avanza en la vida espiritual con saltos aislados y momentáneos, sino en un andar diario que está sustentado por la paciencia y la perseverancia.
Es importante que los que tenemos responsabilidad pastoral en la casa de Dios no animemos a este tipo de expresiones. No estoy diciendo que nunca podemos llamar al pueblo a realizar una manifestación pública de su fe y convicción espiritual. Es bueno que, ocasionalmente, las personas que conforman la congregación tengan la oportunidad de dar testimonio público de sus convicciones espirituales. El problema es que cuando esto se convierte en un rito de cada reunión estamos animando a las personas a creer que es en estos momentos que ocurren los eventos de mayor peso espiritual. La realidad es otra; los grandes cambios en la vida se ven cuando ponemos por obra la Palabra en el marco de nuestra vida cotidiana. Si el pueblo no entiende esto, comenzarán a creer que lo más importante en sus vidas es lo que ocurre dentro del marco de las reuniones públicas. Es nuestra responsabilidad ayudarlos a tener una perspectiva más acertada de lo que significa andar en novedad de vida.
Para pensar:
«A Dios le preocupa más el estado del corazón que el estado de las emociones». A. W. Tozer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario